Comentario
Guillermo contó con un enorme respaldo popular. Amplias masas de la población afectadas por la coyuntura económica criticaban la política de las oligarquías y demandaban cambios; le veían como el salvador de la nación, capaz de acabar con los abusos de los regentes y mentor de las tan necesarias reformas. Los años cuarenta habían asistido a una fuerte contracción económica y al derrumbamiento industrial había seguido un enorme desempleo, la ruina de muchos propietarios agrarios y la escasez de grano, el alza de precios y la emigración. Si a ello se suma una presión fiscal excesiva, comprenderemos bien el deterioro en las formas de vida y la aparición de un descontento social creciente, cada vez más radical. A fines de 1747 estos grupos empiezan a desplegar acciones y movimientos antifiscales, pidiendo el fin de la venalidad, la revisión de la política fiscal (oposición al sistema de arrendamiento de los impuestos), la elección de oficiales de la milicia entre los ciudadanos junto a la abolición de las tropas de los regentes, la restauración de las regulaciones gremiales y el fin de la corrupción burocrática y administrativa. En estas reivindicaciones coincidían grupos de la pequeña burguesía, profesionales liberales, comerciantes e intelectuales.
Pero Guillermo, en contra de los consejos de su asesor Bentinck, desoyó esas demandas y pactó con los regentes poniendo fin al movimiento (Friesland, Rotterdam, Leiden... ) con sus propias tropas. La decepción fue general y de ahí surgirían los gérmenes antiorangistas que aparecerán en los años ochenta. Poco después, los Estados Generales le nombraron capitán y almirante general de la Unión (1748), y aceptan sus Relaciones de gobierno, según las cuales el estatúder tenía capacidad para nombrar y cesar a los magistrados municipales. No obstante, su poder fue más teórico que real y, a cambio de conservar su posición, tuvo que mantener inalterable el poder de los regentes.